Mama Chinda

Élmer L. Menjívar
Élmer L. Menjívar
3 min readNov 7, 2017

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Mama Chinda es mi abuela, la mamá de mi papá. Celebrábamos su cumpleaños los 13 de enero y no sé cuántos celebraríamos el próximo enero, y ella ya no está para preguntárselo. Pero hoy, 7 de noviembre de 2017, estamos recordando que hace 30 años su corazón dio su último latido. Su muerte, a mis 13 años, fue mi primera tristeza profunda y desde entonces supe que toda muerte es injusta. Pero hoy quiero recordarla con justicia, y eso no podría hacerlo solo, por eso he plagiado sin permiso las memorias de mi familia, que sabe recordar de manera más confiable que yo. Cito sin citar, para hablar de la mujer que marcó a cada uno nuestras vidas, esa que nos mimaba, que nos consentía, pero que nos corregía. Aprendimos tantas cosas, a no gritar, a disfrutar comer, a hablar suave, a ser correctos, a tomar cafecito a las tres de la tarde y con marquezote, con mieluda, sobre todo con agradecimiento. También nos dejó comer turrón del huacal con el molinillo, en los huevitos, a hacer huellitas en las salporas, a entrarle los pantes de leña jugando, a rezar el Ángel de la Guarda, a decir el “Dios quede en esta casa”, a atender al que visitaba y a darle lo mejor, a comer nances borrachos, a conocer qué es el amor eterno (por su Angelito), siempre hablaba de él como que ayer se había muerto. Nos enseñó a curarnos, a tener templanza. También acordémonos de la agüita del tabaco que todos le robábamos, que buena que era, y por supuesto el rompope del día de navidad. Nos compraba trastes de barro en las romerías y nos encendía fuego para hacer tortillitas en los comalitos, nos daba un poquito de frijoles salcochados y queso duro para jugar, con tal que no le arruinaramos las plantas para simular hacer comida, y siempre se las arruinábamos. Nos tradujo para siempre el kikiri del canto dialogante de los gallos que dicen desde entonces “¡Cristo nació!” para que el otro le responda “¡En Belén!”, y el curucucú de las palomas en el “Quiero comer” con los labios apretados. La recuerdo sentada haciendo puros, cortando granadas, caminando hacia misa con su mantilla negra y regando los camarones, las orejas de ratón, las verdolagas, las colas de ratón, las colas de ardilla, el breso, los tréboles, los rosales, claveles y otras plantas de ese jardín imposible, inmeso para cualquier infancia. María Gumercinda Henríquez viuda de Menjívar, recuerdo las siete cuadras repletas de gente que siguieron tu funeral, el ejército de mujeres al rededor de decenas de ollas tamaleras durante los tres días de tu vela. Criaste a tantos hombres y mujeres, tanta gente te debía favores que no querías cobrar nunca, tanta gente te quería como se quiere un símbolo de todo lo que una persona debe ser. Y aquí estamos nosotros, tratando de aferrarnos a tu presencia en nosotros, recordándote.

*Gracias Yany, Nelly y Rosy por sus recuerdos.

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Lo primero que recuerdo de mí son mis pies al fondo y dentro de una bañera plástica y celeste. El resto ojalá lo recuerden ustedes. Escribo.