Ixcanul y la actitud de un volcán

Élmer L. Menjívar
Élmer L. Menjívar
6 min readOct 3, 2016

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Ixcanul –película guatemalteca estrenada en 2015– es una obra inteligente y bella en su cinematografía y con una historia compleja e incómoda que actualiza el mundo maya en el imaginario contemporáneo ya no como insumo turístico sino como un discurso sobre vidas humanas que desde la marginalidad enfrentan realidades excluyentes, criminales, racistas y colonialistas. Una apuesta por la ficción para contar la vida con los dones del arte narrativo del cine.

Por Élmer L. Menjívar

Ixcanul, la película guatemalteca escrita y dirigida por Jayro Bustamante, es, sin duda, la película centroamericana más exitosa de las últimas décadas. Hablo del éxito de los premios: 37 nominaciones en 20 festivales, entre los que ha cosechado 18 victorias repartidas en 4 categorías distintas (película, dirección, actuaciones femeninas y vestuario), y los muchos festivales en los que ha sido proyectada fuera de concurso. Hablo del éxito entre la crítica especializada: IMDB consigna 59 críticas prestigiosas alrededor del mundo en al menos 7 idiomas, y todas muy positivas y entusiastas. Hablo de éxito comercial (relativo a las películas centroamericanas): Una película que inició con un préstamo de 8 mil dólares ahora tiene nueve distribuidoras de salas de cine de 7 países y dos globales en formatos digitales, recaudó un bruto de taquilla de US$178,247 en dos fines de semana en Estados Unidos con proyecciones en 16 salas comerciales, más lo recaudado con el efectivo que traen algunos de los premios recibidos. Pero también hablo del éxito de una actitud artística para hacer cine, hacerlo con lo que tienes dentro, con la actitud de un volcán.

Se trata de una historia protagonizada por una familia maya cakchiquel que vive en una finca en las laderas de un volcán –ixkanul en cakchiquel– aislada del mundo ladino, un aislamiento que se manifiesta en el uso cotidiano y exclusivo de la lengua originaria por lo personajes principales que no hablan ni entienden español, y que, sin embargo, viven un sincretismo de tradiciones mayas y cristianas en medio de prácticas socioeconómicas feudales y resabios de un colonialismo racista, machista, patriarcal y excluyente. Este contexto es narrado visualmente por el venezolano Luis Armando Arteaga quien derrocha sensibilidad y maestría en la composición y duración de cada encuadre; porque el lenguaje visual de Ixcanul cumple la tarea de la que suelen olvidarse otras producciones que adolecen un desequilibro de destrezas técnicas: el trabajo de Arteaga soporta orgánicamente el guion, y en este caso, un guion inteligente, preciso y con mucha elegancia literaria, obra de Bustamante. Una muestra de esta comunión son las escenas de baño de la mujeres en el temazcal, María (María Mercedes Coroy) y su madre Juana (María Telón), cuya semiótica visual denota una intimidad uterina llena de ternura y una extrema confianza, entre vapores y penumbras, que permiten esos insospechados diálogos entre las palabras y el silencio. También destaca el fraseo visual construido con primerísimos planos y planos cortos, con una dosificación justa de planos generales y grandes planos que permiten mostrar y demostrar el entorno en que transcurren estas vidas llenas de profundidad personal. En esto también hay inteligencia de producción, hay optimización de recursos sin sacrificios estéticos que el espectador resienta.

El guion aborda, además de la realidad sociocultural maya cakchiquel, la otredad, el choque cultural, la vulnerabilidad por segregación lingüística, el fracaso estatal en la integración étnica, educación y salud sexual, diversidad sexual, la corrupción extendida, el tráfico de niños y la violación sistémica de los derechos humanos. Sí, de todo eso habla el guion de Bustamante, en una película de ficción que dura 93 minutos y que el 95 por ciento de los diálogos son en lengua cakchiquel. Esto solo se logra en raras ocasiones cuando hay notorio talento técnico y perfecta comunicación y armonía entre guionista y director que, en este caso, son la misma persona, lo cual no es garantía de nada porque en derredor abundan los fracasos de pretendidas obras de cine de autor. Cada una de las secuencias –a veces de una sola escena– dura lo necesario y en conjunto sirven como cápsulas narrativas que contiene diálogos exactos, imágenes que nunca dejan de narrar e interpretaciones impecables e inteligentemente dirigidas. Así la historia avanza limpia, clara y sin distracciones narrativas ni tentaciones estéticas vacías. También es un guion valiente, no solo por las temáticas abordadas desde una sociedad como la guatemalteca, sino por atreverse a ir en contra del consejo generalizado de recurrir al potencial cómico que tienen los estereotipos culturales, e ir directo a la historia sin concesiones oscarizables. En Ixcanul nada provoca esa carcajada fácil por la palabrota, ni el ridículo forzado, y si uno sonríe es por empatía o simpatía con la ingenuidad o la picardía natural que contenemos los seres humanos y que es desarrollada a la perfección por las actrices protagonistas y sus coadyudantes y antagónicos masculinos que lograron dotar de autenticidad a cada uno de los personajes que sortean las fórmulas maniqueas: vemos siempre en todos a personas con bondades, maldades y confusiones, incluso en el, entre comillas, villano, que también es, entre comillas, bueno, o en las torpes indicaciones para abortar de parte de una madre amorosa que quiere conservar un lugar donde su familia pueda vivir, o un padre indignado pero respetuoso de la sabiduría de su mujer.

Ixacnul salió al mercado en un año intenso y epifánico para el cine latinoamericano que lanzó sendas producciones desde sus esquinas más industrializadas, y también hubo obras de ensayos como El abrazo de la serpiente, una película colombiana que también desarrolla una historia étnica hablada también en lenguas originarias. El colombiano Ciro Guerra apostó por hacer una película en blanco y negro, y compensó el pletórico colorido amazónico con una producción propia de la grandilocuente épica que su guion contiene. El abrazo de la serpiente fue la rival conceptual en varios festivales en los que Ixcanul perdió el galardón principal, y hago el parangón para destacar otra de la virtudes de la guatemalteca, su autenticidad a contraviento frente a la exigencia de una industria regional que busca demostrar que se parece a las que triunfan en el mercado mundial. Sin restar uno solo de los tremendos méritos de la colombiana, El abrazo de la serpiente contaba con la ventaja de la acción y el tópico de la aventura, y vale decir que sin renunciar a su legítima apuesta lírica, estética y ética. A muchos dólares de distancia, Ixcanul no quitó el dedo del renglón del cine intimista en una radical apuesta, casi críptica en forma y temas, y aún así logró convencer a los que premian el mejor cine de que debía competir con películas mucho más aventajadas frente al mercado porque sus méritos son puntuales, solventes y sorprendentes.

Y a modo de advertencia, destaco que Ixcanul evita caer en un discurso documental oenegero y apuesta más al legado del cinéma vérité y del neorealismo de Roberto Rossellini –que ya tiene largo recorrido por estos lares con Los olvidados, (Luis Buñuel, México, 1952) y La vendedora de rosas (Víctor Gaviria, Colombia, 1998) entre las más entrañables–, haciendo una ficción con un profundo respeto por la materia humana que aborda, pero reivindicando el cine como discurso artístico. La elección de un elenco que aprendió a actuar actuándose bajo una modélica dirección actoral encierra mucho del encanto de una obra total que se mantiene más fiel al discurso de la vida que al de la realidad, y es por eso que no han faltado las acusaciones de inexactitud, incluso de racismo y estereotipos negativos, pero nada de esto tiene cabida en el juicio artístico de una obra cinematográfica de ficción que se justifica a sí misma en cada fotograma.

Se trata, pues, de una obra imprescindible para el cine centroamericano, una lección para los cineastas del barrio: un volcán solo explota con lo que lleva dentro.

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Lo primero que recuerdo de mí son mis pies al fondo y dentro de una bañera plástica y celeste. El resto ojalá lo recuerden ustedes. Escribo.